Friday, December 02, 2005

En estas pocas letras habré de contar lo peor que alguien me ha hecho en los 24, ya casi 25, años de vida, casi toda artística. Lo cuento porque fue tan horrible que no lo he podido ni creo que lo podré superar jamas. Y es que cada vez que lo recuerdo mi sangre hierve y la hiel sube su nivel hasta que casi puedo saborearla. Después de eso jamas pude ser el mismo ni con quien me lo hizo, ni con nadie más. Cambie para bien según unos, para mal según otros, pero para siempre según mí mismo. Esa tarde esta casi viva en mi memoria, y digo casi porque mi autoestima y dignidad han tratado de matarla pero no han podido porque mi rabia no la deja morir. Fue en Noviembre de 1998, ese Noviembre de lluvias, tormentas y aguaceros. Y puedo decir que fue uno de mis últimos actos de galantería sin preocupar a nadie, eso espero al menos. El día hasta entonces había transcurrido sin mayores sobresaltos. Estaba en mi tercer día de estudio para el examen final de sociedades con el doctor Reyes, y en verdad necesitaba nota pero eso no era excusa para no ir en auxilio de mi queridisima novia. A las cuatro menos quince de la tarde llamo a mi casa y en tono casi desesperado me pidió que por favor la recogiera en la oficina pues tenia cita al dentista y como tenia el carro y no sabia llegar al consultorio necesitaba de mi asistencia. Accedí sin titubear, como siempre lo había hecho hasta entonces, y pense que seria inútil llevar mi carro pues si ella tenia el de ella, allí podríamos ir los dos y luego tomaría un taxi hasta mi apartamento. Me puse un sweater de algodón, un poco ligero para el aguacero que iba a caer, pero como no me iba a mojar casi, no le vi el problema. Tome con firmeza el libro del que estaba estudiando, pues iba a leer mientras mi novia salía de su cita con el Doctor Zuñiga, y llame a un servicio de radio taxi para que me enviaran un “MOVIL”. Espere en mi portería y desde allí vi caer las primeras gotas de lo que seria mi tragedia de esa tarde. Cuando me disponía a llamar de nuevo a la operadora que me había prometido transporte en diez minutos, el señor Miguel Angel Artunduaga se digno llegar y pitar en su Daewoo ultimo modelo. Me subí y seguí paso a paso el ritual de dar mi clave, que no es mas que los dos últimos dígitos del teléfono desde el que se pidió el taxi, dar mi destino y saludar cortésmente. Todo el camino hasta la oficina de mi novia transcurrió en 4600 pesos. Pague con el billete de 5000 que había sacado de la billetera que deje encima del escritorio de mi cuarto y por mera liberalidad le obsequie al chofer los 400 que sobraban. Ya el agua caía un poco más duro y tuve que aligerar el paso para que el libro que llevaba se mojara lo menos posible. Como casi a diario entre al edificio salude a la portera y desde un teléfono marque la extensión 255. “Logística...” contesto la dulce voz de mi novia. Le informe que estaba a bajo esperándola y me dijo que ya bajaba. Alcance a leer dos paginas y apareció. Nos saludamos y cuando estabamos a punto de pasar el umbral que daba a la calle se me ocurrió la brillante idea de reclamarle él porque aun no conocía su oficina. Ella no respondió nada pero me miro bien y dijo que la siguiera y me la mostraba. Dije que no, no se porque. Y a pesar de las múltiples peticiones y casi ordenes de ella me negué rotundamente a subir y conocer su oficina. Es que si no me la había mostrado en tres meses era por algo. Cuando menos me di cuenta ella había arrancado corriendo bajo la lluvia y hacia su Mercedes Benz beige que estaba parqueado a la vuelta de la esquina. Creí que corría para no mojarse pero como después me daría cuenta corría para irse sin mí. Alcance a llegar a la puerta del carro ese antes de que arrancara y le hice señas de que me levantara el seguro pero la respuesta fue un chirrido de llantas y una bocanada de humo del exhosto. Se había ido. Sin embargo recordé que para irse definitivamente debía dar un giro en “U” y volver a pasar por ahí. Salí al separador de la avenida para hacerle señas, ya con la lluvia cayendo a cántaros, pero cuando paso lo único que hizo fue levantar la mano derecha y seguir a toda velocidad. Quede atónito y a pesar de que el agua ya me había empapado no sentía mas que odio. Con ese sentimiento que sale de lo más profundo del corazón, con las fuerzas y la enjundia que la ira me daban camine. Salí a la 30 y le hice señas a cuanto taxi vi pero ninguno paraba y cuando uno paro me dijo que si fuera para el sur con mucho gusto me llevaba. Le di las gracias y me resigne a caminar hasta mi casa. Sabia que era un largo trayecto pero no tenia mas alternativas. Pase el puente peatonal de la 45 con 30, y al llegar al otro lado intente de nuevo parar algo que me acercara, al menos, a mi casa. Nada. Ahí si empezó la caminada. Imagínense el peor temporal del pacifico sur pero en Bogotá, a 7 grados de temperatura, aumentado por las salpicaduras de los buses, carros, camiones y piaggios repartidores de galguerias que circulan por allí. En esas condiciones pretendía llegar desde la 45 con 30 hasta la 86 con 8ª. A ratos pensaba en parar y esperar a que escampara pero algo muy dentro me impulsaba a seguir mi frenética marcha. No se imaginan los tsunames que tuve que soportar antes del Nemesio Camacho “El Campin”. Eran olas de hasta dos metros de altura de agua de charco. En inmediaciones de estadio amaino un poco y creí que iba a parar pero mi fortuna no es tanta. Inmediatamente arrecio de nuevo el agua. Jamas había soportado como esa tarde las inclemencias del clima. Ahora sé que siente una teja acrílica Ajover, de las que según el “chinche” Ulloa y el “culebro” Casanova “solo le pasa la luz”. Seguí caminando y enfrente de la sub estación de policía que hay entre el estadio y el coliseo cubierto, un agente (mi ángel guardián tal vez) de policía envuelto en su poncho me pregunto si es que no tenia con que irme a mi casa “chino”. Le respondí con la verdad, una negativa. Busco en sus bolsillos y estiro su mano derecha, saque la mano y en la palma de mi mano cayo una moneda de 500. “Coja un colectivo y vayase para la casa.” Le agradecí y le di la mano. El agente entro de nuevo a su estación y quede afuera. Ahora estaba el dilema de cual colectivo coger. Miraba y miraba buses, busetas y colectivos de todos los colores y tamaños pasar y pasar sin saber cual me servia. Al fin una señora que se encontraba no muy lejos de allí se me acerco y me pregunto que que me pasaba le respondí preguntándole por un colectivo que me llevara hasta la 86 con 8ª, y con una sonrisa burlona en los labios me dijo que ninguno me llevaba hasta allí pero que ese que venia me acercaba al menos. Di las gracias y me gire. El colectivo paro casi como por arte de magia y de el descendió un señor, subí y me senté en la primera silla que encontré desocupada. El colectivo nada que arrancaba pero creí que era algo de rutina o algo así. De repente se volteo el señor conductor y con una voz aguardientosa y hosca me dijo que si es que pensaba pagar o que? Tímidamente le pase la moneda que muy gentilmente el policía me había prestado (lo he buscado infructuosamente hasta ahora para devolverle con creces lo que me presto esa noche) y sé cerro la puerta. Arranco y como un loco anduvo por toda la 30 hasta la 92 donde me baje, pues según informes recibidos de otro pasajero él seguía por la 11 hasta la 15 y se devolvía. Desde la 92 con 30, y con la lluvia un poco menos fuerte camine por las inundadas aceras hasta mi casa. A las 7 de la noche llegue, empapado, iracundo y sin un centavo de los bolsillos. No saben cuan autómata estaba yo en las ultimas cuatro cuadras. Las manos y los pies estaban adormecidos por el frío, y mis dedos estaban engarrotados alrededor del lomo del libro de sociedades. Me bañe con agua hirviendo y a la camita, como diría Topo Gigio (marioneta contemporánea a Petete que personificaba a un infantil roedor con voz de argentino y que vivía con “Raulito” y tenia un show en televisión) al final de cada emisión de su show. Esa noche dormí bien y el otro día en el examen obtuve un mísero y rasante tres que me puso a sufrir pues la materia dependía entonces no del final sino de los quices.
Pero como dicen por ahí algunos, “de 2.95 para arriba es lujo”.

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