Wednesday, December 14, 2005

El Termo

A continuación relataré uno de los episodios que más contribuyo a forjar mi personalidad y que dejo una marca indeleble en mi memoria. Antes de entrar en materia debo ambientar al desprevenido lector en mi entorno infantil. Por fortuna tuve unos padres que se preocuparon por darme una educación de primera categoría y aunque no éramos ricos si se esforzaron por pagarme un colegio de ricos: El Colegio Nueva Granada. El colegio es un colegio bilingüe de niños pudientes donde nos convencieron sobre la inferioridad de los demás frente a nuestra superioridad. Un colegio que mas que colegio parece una logia y que los pocos afortunados (We lucky few) debemos mantener el manto de elitismo bajo el cual crecimos. Entre mis compañeros de curso teníamos niños y niñas que pasaban los fines de semana en Cartagena, las vacaciones cortas en Miami y las largas en otras ciudades de Estados Unidos o en Europa. Ya se harán una imagen.

En fin, no es por nada pero agradezco enormemente la educación y formación recibidas allí. Solo guardo buenos recuerdos de mis días escolares. Como quiera que sea, es en ese entorno hostil que transcurre nuestra historia. Retrocedan en el tiempo a 1984. Tenía yo la tierna edad de 10 añitos y el carácter propio de esas edades, es decir blando como la plastilina.

En ese año empezaron a aparecer en ese colegio unos cilindros de colores, por regla general beige con tapa azul o roja, en los cuales los niños traían sus almuerzos. Con envidia y asombro veía yo a mis compañeros abrir sus loncheras y sacar los termos, los cubiertos y las servilletas. Lo que a continuación seguía para mí era magia, sorpresa, gualicho: abrían el termo y la comida salía caliente!!!! No importaba que llevara mas de seis horas empacada ahí, salía caliente. A medida que avanzaba el año escolar mas y mas niños poseían tan valioso adminículo. Y yo, nada. Cuando ya se asomaban las vacaciones cortas, y era casi seguro que todos los otros niños iban a tener este artefacto al volver de las vacaciones tuve una maquiavélica idea: yo me les iba a adelantar e iba a almorzar comida caliente antes que ellos.

Esa misma tarde al llegar a mi casa le pedí a mi mama que al día siguiente me mandara comida caliente para almorzar en el colegio. La pregunta que siguió era obvia, en que demonios debería mi mama empacar la comida caliente para que a la hora del almuerzo aun estuviera caliente. Mi respuesta no fue menos obvia: En el termo. Me acosté esa noche con la tranquilidad que me daba haber impartido una instrucción tan clara y precisa.

Al día siguiente camino al paradero del bus note la ponchera mas pesada, lo cual me dio tranquilidad pues era inconfundible que no llevaba mi tradicional sándwich de jamón y huevo cocido sino que llevaba un termo. Yo sabía que ese día almorzaría caliente.

Al llegar la fatídica hora, las 12:30, no me senté con los que almorzaban sándwich sino que orgulloso me fui a sentar con los que era: con los del termo. Todos abrieron sus respectivos termos y una nube de vapor de la comida caliente nos cubrió. Se mezclaron en el aire los aromas de arroces, carnes y salsas calientes. Deliberadamente espere y cuando todos los ojos estaban sobre mí abrí la lonchera. Lo que encontré fue apabullante. Mi rostro palideció y las piernas y brazos perdieron su circulación. Toda la sangre estaba en el cerebro ayudando a encontrar una salida. No había termo de comida, solo dos termos de liquido. De esos con lo que años después vinimos a conocer en televisión como tapa pitillo. De esos que no guardan el calor sino que por el contrario buscan proteger el contenido del calor. Estoicamente saque el termo y oh sorpresa, algo sólido se movía en el interior. El auditorio en silencio, expectante. A la mejor manera de un hombre condenado a muerte mire a los ojos a mis verdugos y sin parpadear abrí la tapa. No salió vapor, no salio nada.

Por la minúscula abertura de la boca del termo pude atisbar un forma conocida. Estaba maltrecha pero me era familiar. Mientras mi cerebro intentaba comprender lo que estaba sucediendo las risas se convertían en carcajadas y el salón entero era testigo de un concierto de hienas en cacería. En ese momento entendí que en el interior del termo una pierna de pollo a temperatura ambiente me esperaba.

Era cierto. Allí estaba la pierna de pollo. Solitaria, silenciosa. Mirándome y esperando ansiosamente salir de su calabozo y ser devorada. Como había entrado ahí no lo se. Aun hoy me pregunto como entró, el caso es que entró. En ese momento me podía imaginar la conversación que sostuvieron la noche anterior mi mamá y su asistente de cocina (cachifa). Debió haber sido demente pues mi mamá ordenaba que Nelsy, oriunda de Chivor Boyacá, introdujera por una abertura de 5 cms de diámetro una presa de pollo de por lo menos 6 cms de diámetro. Y ante todo la eterna respuesta de la fiel Nelsy: Bueno dotora.

Para este momento ya alguno de los presentes esperaba la lucha que a continuación se daría entre el rechoncho infante y su termo. Mi virginal mente no concebía como sacar la pierna de pollo del termo. Como la mayoría de las grandes batallas todo comenzó con un fútil intento de usar la lógica. Ante el estrepitoso fracaso poco a poco empezó a imponerse la barbarie sobre la inteligencia. Mis manos empezaron a perder las conexiones nerviosas con el cerebro y empezaron a crear nuevas conexiones con el sistema digestivo. Solo respondían al hambre, a la angustia, a la ira. Se dio la lucha y durante varios minutos el cocodrilo de agua salada intento sacar la presa (literalmente) del termo. Al final, cuando logre mi objetivo, no solo estaba sudoroso sino despelucado, con manos grasosas de pollo y con el orgullo pisoteado. Quienes estaban a mi alrededor o estaban atorados de la risa o preferían bajar las rubicundas caras en señal de sanción moral, mas conocida como pena ajena.

Como diría un amigo “Cagado un dedo cagada toda la mano.” Y procedí a dar buena cuenta de mi botín.

Desde entonces no he probado un sabor parecido: Pollo frío con salsa de tomate y Tang de naranja, todo aderezado con un poco de vergüenza y una pizca de vic

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